lunes, 12 de mayo de 2008

Suelas de tocino














Era día de feria. Apenas pocos años. Su padre la llevo al pueblo. Y ella le dijo que quería comprarse unos zapatos. En un pueblo pequeño no debe haber muchas zapaterías, pero la niña Lola insiste en que recorrieron muchas. En cada una, la pequeña se probaba los zapatos que más le gustaban. Los pies le colgaban de la silla como de un columpio. La niña Lola articulaba su tobillo, movía los piececitos hacía dentro y hacía un par de casquidos para ver cómo sonaban. Después, de un salto tocaba el suelo, y miraba a su padre. Tan alto, tan arriba. "Lola estos zapatos no son suficientemente bonitos para ti. Vamos a otra zapatería". Agarraba fuerte su mano, y soñaba con unas nuevas paredes para sus pequeños pies, que tanto andaban. De la era a la huerta, de la acequia al molino de aceite.


-Buen hombre, mira. Cómprale a la niña alguna cosa. Guapa, ven, coge lo que más te guste.


-Yo solo quiero unos zapatos-dijo la Lola. Y se miró los suyos, rotos de tanto jugar.


-Cómprale algo. Si todo es barato. Mira estas gafas. Póntelas, guapa.


El vendedor se las colocó. Blancas, con unos celofanes de colores como lentes.


-¿Cuánto es?-preguntó el padre


-5 pesetas.


El padre pagó el juguete y la Lola comenzó a correr entre la noria y la fuente. Lo veía todo de colores. Verde y rojo. Las gentes verdes y rojas. Y siguieron su ruta de zapaterías. Una, luego otra, después otra. Y otras. Y otra. Y siempre la misma respuesta: "Tu te mereces unos zapatos más bonitos, Lola, mi Lola". Y la niña asentía. Pero en la última ronda no pudo aguantarse y gritó: "¡Mira estos papá. Yo quiero estos zapatos blancos!". Blanquitos como la nieve, como los copos que nunca había visto caer, porque al sur no llegaban, como la espuma del mar que aún no conocía. Blanquitos, como las cosas limpias. Como lo nuevo. Como la piel de su madre, la Nieves. El padre miró los ojos ilusionados de su hija. Se metió la mano en el bolsillo del pantalón. Pocas monedas. "Lola, esos zapatos tienen la suela de tocino, no lo ves. Con eso no se puede andar. Te resbalarías". La niña miró absorta la suela. Era blanquita, limpia. Bailó un poquito más con ellos en el aire mientras seguía sentada en la silla de mimbre. ¿Tocino? No entendió, pero le hizo caso. Después se calzó su viejos zapatos, desgastados, y volvieron a casa tocando de pies a tierra.

Comenzó a caminar entre la multitud con sus gafas celofán y notó como el día se le había echado encima. Todo se había vuelto negro o muy oscuro. Perdió a su padre de vista. Corrió hacia un hombre que le caminaba de espaldas.



-¿Papá?



El hombre se giró. No era él.



Una mano la sorprendió al rato. Era su padre. Venía acompañado de un amigo.



-Pero Lola, ¿qué te pasa?



La niña se puso a llorar. No sé, pero lo veo todo muy oscuros. Vámonos a casa que ya se está haciendo de noche.



-¡Antonio!-dijo el amigo. ¿No será que no ve con las gafas?



El padre se las quitó, y la Lola volvió a ver el sol. Entonces miró a sus zapatitos y vió que eran blancos. Blanquitos como la luna que había creído ver minutos antes.


Seguro que a la niña Lola le hubieran encantado los zapatos que cuentan cuentos en la suela (http://www.irregularchoice.co.uk/)